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Los baños turcos o Hamman, provienen del mundo árabe pero recuerdan también a las antiguas termas romanas. El baño turco se ha seguido practicando en los países de oriente medio desde hace siglos, disfrutando de un ritual colectivo en el que amigos o familiares disponen de un momento de paz y tranquilidad, a la vez que realizan el aseo de sus cuerpos. De hecho, la finalidad de este baño es precisamente esta, limpiar el cuerpo de impurezas a través de los vaporosos baños que se suceden en diferentes estancias.
Así, el ritual comienza en una primera habitación de vapores templados para que el cuerpo comience a adaptarse agradablemente a una temperatura superior a la ambiental y que suele rondar los treinta y seis grados. A continuación, normalmente se accede a una segunda sala en la que la temperatura es ligeramente superior (en torno a cuarenta grados) y el cuerpo empieza a sudar para eliminar las toxinas y limpiarse. Por último, la sesión suele terminar con una estancia fresca, en la que se disfruta de una temperatura primaveral que roza los dieciocho grados. De esta forma, con este proceso de expansión y contracción parecido al que ocurre en las saunas, el cuerpo queda en un estado de relax, calma y limpieza. Además, si se desea, la mayoría de baños turcos incorpora una sesión más de baños jabonosos para aclarar la piel y perfumarla; e incluso muchos de ellos ofrecen la posibilidad de contratar varios tipos de masajes relajantes que dan como resultado una experiencia todavía más agradable.
Los baños turcos aportan muchos beneficios, tanto de belleza como de salud. El valor dilata los poro y elimina toxinas e impurezas, produciendo una limpieza profunda de la piel, revitalizan los tejidos y ayudando a retrasar el proceso de envejecimiento de la piel.
También proporcionan beneficios terapéuticas, al humedecer las vías respiratorias ayuda a mejorar las afecciones respiratorias y el calor del vapor estimular la circulación sanguínea.